domingo, 25 de septiembre de 2011

La preeminencia del amor

Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe.
Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.
Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, sin no tengo amor, no me sirve para nada.
El amor es paciente, es servicial, el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás.
Las profecías se acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá, porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías limitadas. Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto.
Mientras yo era un niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice un hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente, después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente, después conoceré como Dios me conoce a mí.
En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor.

1 corintios,13, 1-13

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