martes, 2 de marzo de 2010

Paganini

Había una vez un gran violinista llamado Paganini. Algunos decían que era muy raro. Otros que era sobrenatural.
Las notas mágicas que salían de su violín tenían un sonido diferente, por eso nadie quería perder la oportunidad de escuchar su espectáculo.
Una noche, el escenario de un auditorio repleto de admiradores estaba preparado para recibirlo, la orquesta entró y fue aplaudida, el director fue ovacionado, pero cuando la figura de Paganini surgió, triunfante, el público deliró.
Paganini colocó su violín en el hombro y lo que siguió fue indescriptible. Blancas y negras, fusas y semifusas, corcheas y semicorcheas parecían tener alas y volar con el toque de aquellos dedos encantados.
De repente, un sonido extraño interrumpió el ensueño de la platea, una de las cuerdas del violín de Paganini se rompió. El director paró, la orquesta paró, el público paró.
Pero Paganini no paró. Mirando su partitura, el continuó extrayendo sonidos deliciosos de un violín con problemas.
El director y la orquesta, admirados, volvieron a tocar, el público se calmó, cuando de repente, otro sonido perturbador atrajo la atención de los asistentes.
Otra cuerda del violín de Paganini se rompió.
El director paró de nuevo, la orquesta paró de nuevo, Paganini no paró. Como si nada hubiera ocurrido, olvidó las dificultades y siguío arrancando sonidos imposibles.
El director y la orquesta, impresionados, volvieron a tocar.
Pero el público no podía imaginar lo que iba a ocurrir a continuación, todas las personas asombradas, gritaron un ¡OOHHH! que retumbó por toda aquella sala.
Una tercera cuerda del violín de Paganini se rompió. El director paró, la orquesta paró, la respiración del público paró.
Pero Paganini no paró.
Como si fuera un contorsionista musical, arrancó todos los sonidos posibles de la única cuerda que sobraba de aquel violín destruido.
Ninguna nota fue olvidada, el director, embelesado, se animó, la orquesta se motivó.
El público partió del silencio a la euforia, de la inercia para el delirio.
Paganini alcanzó la gloria.
Su nombre corrió a través del tiempo.
El no es apenas un violinista genial.
Es el símbolo del profesional que continuó adelante aún ante lo imposible.

Moraleja:
Cuando todo parece derrumbarse, démonos una chance a nosotros mismos y sigamos adelante.
Despertemos al Paganini que existe dentro nuestro: ¡sigamos adelante para vencer!
Victoria es el arte de continuar, donde otros resuelven parar.

Anónimo

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